Wednesday, March 29, 2006

siempre la luna como punto de partida.

“le pido la luna al poema” -Alejandra Pizarnik.

quisiera que apareciera ahora y no se fuera más. Como cuando te conocí te dije que “ojalá la luna no estuviera más cerca, pues si ya es bella ahora, imagínala más grande, casi alcanzable”. Su belleza sería imposible de aguantar, dolorosa.

Hay una nueva luz en mi ventana, por estos días, que parece una luna cuando uno está distraído, y me asusto de verla y la busco, y luego me desanimo pues no hay luna en estas noches. Lo mismo me pasó camino al baño cuando vi un reflejo en el contorno de la ventana, retrocedí esperanzado de verla, pero no era la luna. La busco por estos días, la pido, la deseo de vuelta, la busco en el libro de alejandra pizarnik, te la dedico y vuelvo a ella.

Hoy pensaba en la luna, si este inevitable amor hacia ella era algo reciente, y me vi de niño contemplándola, mirándola. Ahora recuerdo otro suceso, cuando alguien me dijo que tenía rostro, y luego empecé a verle aquel rostro. Luego apareció otro tipo con mayor imaginación y dijo que la luna contenía a un conejo tomando té, me parece que alguna vez me abstraje tanto que logré verlo.

La luna, esa que aparece gigante en la cordillera y me hace sorprenderme cada vez y debo decirle a alguien, así apuntándola como un niño: mira la luna!. Y luego el inevitable suspiro. La coincidencias son tales que hace unos minutos tom waits cantaba “drunk on the moon”. Tal vez que cosas decía, como cuando le canta a una chica, y tal vez es de las frases más románticas que le he escuchado: “le dispararía a la luna por ti”.

Quisiera que apareciera ahora y no se fuera más. Tal vez eso va encadenado a tu nombre de ángel, como la noche en que te conocí y cancerianamente la observábamos. Quisiera que volviera la luna, para tener la excusa de llamarte y decirte ansioso: “¿Viste la luna?” Quisiera que aparecieras ahora y no te fueras.


(fotografía: jan saudek)


Saturday, March 25, 2006

hay una canción que dice “todas las cosas se mueven hasta el final / sabía antes de conocerla que iba a perderla”. La eterna duda de comenzar cualquier cosa cuando el final se apresura en tomar su rumbo cierto y cercano. Como dice el amigo cela, no culpes a la desgracia ya que su correcto papel es jugar el naipe contrario de la salud y de la suerte. La aventura placentera es aquella que trae la lamentación en etapa posterior a todo momento de embobamiento animal, donde la desgracia es siempre la culpable de hacer su aparición. Toda aventura comienza con una deslumbrada luz y con el sonido de las campanas de siempre. Con los ángeles en el cielo y con la luna que se renueva en cada ciclo, junto a las estrellas compañeras. Nunca se ve más allá, esa animalidad propia intrínseca de autodefensa, de preservación de la especie, lleva al legítimo autoengaño, proceso que podría durar entre una noche y toda una vida. Como los octogenarios viejecillos que vi hoy en la calle, los dos en la etapa final de sus vidas, esperando el momento y haciendo apuestas de quien partiría primero. La belleza del momento era que el viejecillo iba empujando la silla de ruedas de la mujer. Una pareja que ha llegado hasta el final de sus días, y esperan triste y silenciosamente, con la luz prendida en la noche, que ojalá les llegue la muerte, y que sea el otro primero en partir, pues ninguno de los dos imaginaría al otro en una vida con la solitaria viudez. Ochenta años, una vida juntos, y ahora ella triste de no poder ponerse de pie como antes y el triste que la empuja de no poder verla de pie como siempre. Ahí pensé que sería encantador llegar a esa parte de la vida, con alguien amado empujando mi silla de ruedas, volviendo nuevamente al ciclo de la vida, cuando te cambian pañales y tienes miedo de dormir.

La vida continúa y la eterna deslumbración en cada ciclo que comienza es placentera, y tal vez el autoengaño no existe, y todo empieza de nuevo, bajo la luna que mengua y junto a un ángel, que le dedicaría tantas canciones y tantas palabras de amor. A cada instante todo podría comenzar y tomar la ruta hasta la silla de ruedas, o tal vez ahora no queda más que contentarse con los pequeños momentos, donde no importa el rostro, sino el pequeño instante de ese eterno deleite de los sentidos y esa flama que vuelve a prenderse dentro y que es apagada por un pequeño suspiro. Todo mientras la miras nerviosamente.


(fotografía: Emil Schlidt)

Friday, March 17, 2006


Hablo del amor. del silencio que nos separó y que no te conté y no que tampoco alcancé.

Porque te borré, sin saberlo y borré incluso tu olvido.

Yo que si te amé , que silencioso en aquellos felices años. eres la eterna condición del bello recuerdo.


(fotografía: marek straszewski )



si eran aquellas las verdaderas cuestiones soportables de nuestra naturaleza, entonces nos contentábamos que así fuera y que la distancia provocara deseos profundos, acumulables y explosivos. siempre llenos de la ira de estar en conjunción con la soledad autoimpuesta, irracional e inentendible, que solo era apaciguada con el gesto de abrir silenciosamente la puerta. Me gustaba encontrarte así, con la almohada roja húmeda entre tus piernas o simplemente con las piernas abiertas para que mi mirada congelada en la imagen te masturbara, simplemente con ese anhelante deseo del tacto y los recuerdos. Sin más palabras, ni preámbulos, que aquella sonrisa maliciosa y la respiración agitada, te observaba silenciosamente, sin que supieras de mi presencia, aunque sé que siempre la sentiste, incluso en la distancia. Así esperando excitado, hasta que la inevitable energía de nuestros cuerpos, hiciera girar tu cabeza hasta encontrarme y así sonreías ligeramente, cerrabas tu ojos y dejabas lentamente tu cuerpo en plenitud sobre la alfombra. Entonces los segundos se hacían eternos, y la respiración más profunda todavía, mientras los deseos se acrecentaban y la súplica de la piel rasgaba los sentidos. Así lentamente y sin ensayo alguno, sujetos a la más sutil de las improvisaciones, todo comenzaba.


(fotografía: peter gorman)


Saturday, March 04, 2006

la presencia de la noche antes siempre traía ese pretexto de la deriva probable con una conjunción de escapes albergados bajo la mesa compañera y la conversación atrayente abigarrada de confidencias eternas. todo fue cambiando, tal como el hielo que se fue se derritiendo en tu rostro mientras escribías con el agua su nombre en la barra. tiempos de recuerdos y miradas al frente, intentando que alguien dijera alguna palabra y diera el aliviador golpe en la espalda, que lo es siempre cuando el tiempo encorva tu espalda acompañadado de los remordimientos de no acciones pasadas que doblan tus hombros inevitablemente. así la noche cambia siempre, y ya no hay esperanza que alguien tocaría tu hombro y que volverían por fin las elocuentes palabras. exactamente en ese instante en que saboreas lo que queda del hielo, para tomar tu libreta y emprender rumbo bajo las oscuras nubes iluminadas apenas por la luz de la luna. pronto te habla y le escuchas , y le asientas con la cabeza y te pone una copa llena enfrente. así decides que hay que atender a los sucesos y confluir mutuamente como el azar quiso. Pero no hablas mucho, como siempre, pero es un aliciente aliviador que no saldrás solo y te seguirá inevitablemente. ahora toman rumbo junto por las calles plagadas de alegres personas. La sonrisas comienzan y él bajo el influyo inevitable del alcohol es cuando siente sus impulsos animales más reales. En estos casos simplemente hay que alegrase y debes agradecer instantáneamente a la deriva de la noche, el hecho que no estuviste con la misma soledad de siempre. Así lo miras y le sonríes cálidamente, mientras caes de rodillas al piso y escupes la sangre y mientras él lentamente te clava el cuchillo en el vientre.

(fotografía: Lilya Corneli)