Saturday, March 25, 2006

hay una canción que dice “todas las cosas se mueven hasta el final / sabía antes de conocerla que iba a perderla”. La eterna duda de comenzar cualquier cosa cuando el final se apresura en tomar su rumbo cierto y cercano. Como dice el amigo cela, no culpes a la desgracia ya que su correcto papel es jugar el naipe contrario de la salud y de la suerte. La aventura placentera es aquella que trae la lamentación en etapa posterior a todo momento de embobamiento animal, donde la desgracia es siempre la culpable de hacer su aparición. Toda aventura comienza con una deslumbrada luz y con el sonido de las campanas de siempre. Con los ángeles en el cielo y con la luna que se renueva en cada ciclo, junto a las estrellas compañeras. Nunca se ve más allá, esa animalidad propia intrínseca de autodefensa, de preservación de la especie, lleva al legítimo autoengaño, proceso que podría durar entre una noche y toda una vida. Como los octogenarios viejecillos que vi hoy en la calle, los dos en la etapa final de sus vidas, esperando el momento y haciendo apuestas de quien partiría primero. La belleza del momento era que el viejecillo iba empujando la silla de ruedas de la mujer. Una pareja que ha llegado hasta el final de sus días, y esperan triste y silenciosamente, con la luz prendida en la noche, que ojalá les llegue la muerte, y que sea el otro primero en partir, pues ninguno de los dos imaginaría al otro en una vida con la solitaria viudez. Ochenta años, una vida juntos, y ahora ella triste de no poder ponerse de pie como antes y el triste que la empuja de no poder verla de pie como siempre. Ahí pensé que sería encantador llegar a esa parte de la vida, con alguien amado empujando mi silla de ruedas, volviendo nuevamente al ciclo de la vida, cuando te cambian pañales y tienes miedo de dormir.

La vida continúa y la eterna deslumbración en cada ciclo que comienza es placentera, y tal vez el autoengaño no existe, y todo empieza de nuevo, bajo la luna que mengua y junto a un ángel, que le dedicaría tantas canciones y tantas palabras de amor. A cada instante todo podría comenzar y tomar la ruta hasta la silla de ruedas, o tal vez ahora no queda más que contentarse con los pequeños momentos, donde no importa el rostro, sino el pequeño instante de ese eterno deleite de los sentidos y esa flama que vuelve a prenderse dentro y que es apagada por un pequeño suspiro. Todo mientras la miras nerviosamente.


(fotografía: Emil Schlidt)

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